viernes, 28 de marzo de 2008

Oro negro (2006, Marc Francis, Nick Francis)

Publicada en Cine para leer. Enero-Junio 2008, Ed. Mensajero, Bilbao.



El café es la segunda materia prima que mayor volumen de negocio genera después del petróleo. En los últimos diez años, mientras el precio del café al final de la cadena se ha incrementado, la retribución que reciben los agricultores etíopes por él ha disminuido. Este precio se fija en dos mercados, el de Nueva York y el de Londres, para los que todo el café es el mismo, sin tener en cuenta sus diferentes calidades. Detrás de esta situación, se encuentran las cuatro multinacionales que controlan la práctica totalidad de este mercado: Kraft, Nestlé, Procter&Gamble y Sara Lee. Esta situación económica afecta de manera drástica a la situación social de Etiopía, cuyo PIB depende en un 67% de la exportación de ese café.

Esa es la realidad que nos cuentan Nick y Marc Francis en Oro negro. El documental está construido a partir de la dialéctica generada entre la paupérrima situación de los campesinos etíopes, y la opulenta industria y escenografía creadas en Europa y Estados Unidos. Escenas en las plantaciones se alternan con otras del mercado de Nueva York, la vida en una cafetería Starbucks, o un concurso de barestis (los expertos en la preparación de una buena taza de café).

Su éxito como arma política es innegable, ya que ha sido el eco mundial de una realidad silenciosa. Al socaire de su estreno mundial, en 2006 el gobierno etíope ganó una demanda contra Starbucks por la que exigía a la compañía americana el pago por las denominaciones de origen de los cafés que utilizaba en sus tiendas. También fueron miles las llamadas que recibió la compañía americana de sus clientes, reclamándoles saber de dónde procedían los cafés que consumían. A día de hoy, la situación no ha cambiado mucho, y los intereses de la agricultura de los países desarrollados todavía tienen peso de plomo, pero la influencia de Oro negro en el cambio de la percepción de los países desarrollados es irrefutable.

El documental no es una pieza autónoma, sino que se integra en un entramado mediático de denuncia, del que es la punta de lanza, y que se prolonga en su página web. Esta dependencia es quizá su mayor lastre, pues el documental por sí solo tiene numerosas lagunas. No explica en qué parte de la cadena se produce el incremento del precio del café, ni las causas de la disminución del precio en origen, ni los mecanismos de mercado que conducen a esta situación. Tampoco hace referencia a la productividad de unos campesinos que carecen de todo tipo de maquinaria. Entre los extremos que el documental muestra, se esconden las causas, a las que apenas se alude, y esta omisión impide que Oro negro sea una objetiva y demoledora pieza.

Y es que la subjetividad del documental es manifiesta. A falta de argumentos que vertebren su narrativa, la estrategia contrapuntística de su montaje y el ritmo sincopado mantienen su interés como pieza audiovisual, en la que lo dramático juega un papel fundamental. Sus directores no utilizan la provocación ni el proselitismo de pastor de la nueva era, de Michael Moore en Bowling for Columbine (2002) o Fahrenheit 9/11 (2004), pero la omnipresencia de Tadesse Meskela –líder de la Unión Cooperativa Oromia, que defiende los derechos de más de 70.000 campesinos etíopes-, y el panegírico que los directores de la cinta hacen de él, apelan, si no a la identificación del espectador, al menos a su implicación emocional.

El interés de este documental no radica tanto en cómo está contado sino en lo que cuenta y su función comunicativa, en donde se halla su principal virtud. En su conjunto (documental, página web y notas de prensa) Oro negro ha conseguido transmitir un mensaje claro: del precio que se paga en una cafetería de Milán por un expresso, solo el 3% va a parar a manos del agricultor, y ese 3% es insuficiente para que ni él ni su familia tengan una vida digna.

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