viernes, 14 de septiembre de 2001

La inglesa y el duque (2001, Eric Rohmer)

Publicada en Reseña nº331 y en Cine para leer Julio-Diciembre 2001, Ed. Mensajero, Bilbao.


La nueva película de Eric Rohmer se ubica históricamente en París durante la Revolución Francesa, año 1793. Esta elección implica varios aspectos destacables en la evolución de su cine.


En primer lugar, L’anglaise et le duc supone un regreso al cine histórico que ya realizara en los años 70 con sus obras La marquesa de O y Perceval le Gallois. Rohmer había rodado en los años noventa sus cuatro cuentos estacionales junto a Les rendez-vous de Paris: todas ellas eran películas situadas en el presente en las que desarrolló conflictos sentimentales con un espíritu risueño y sereno. Ahora, Rohmer ha ampliado su espectro humano con la historia de una mujer, la aristócrata inglesa Grace Elliott, y sus relaciones con el enigmático duque de Orléans en el París revolucionario.

En segundo lugar, se trata de la primera película rodada por Rohmer con la tecnología del vídeo digital, cuyas posibilidades explotará de una forma inteligente, como veremos.

En tercer lugar, la realización de L’anglaise et le duc ha obligado a Rohmer a resolver algunos problemas de incoherencia que presentaban todas las películas ambientadas en otro momento que no fuese el presente, y sobre todo, aquellas que tuviesen la escondida intención del documento histórico. Concretamente, sobre el turbador momento de la Revolución francesa existe una ingente producción de obras cinematográficas que utilizan como fuente literaria, tanto novelas como obras de historiadores, pero ni una sola de las más de trescientas “memorias” citadas en el libro Filmographie mondiale de la Révolution française.

Rohmer ha hecho su propia revolución del cine histórico con esta película.

Como fuente histórica, ha utilizado las novela Ma vie sous la Révolution (Mi vida bajo la Revolución), memorias de Grace Elliott, aristócrata inglesa afincada en París durante los años que precedieron y sucedieron a los acontecimientos desencadenantes de la Revolución -toma de la Bastilla en 1789 y posterior uso indiscriminado de la guillotina para regocijo y disfrute del pueblo, libre y fraterno.

El relato ofrece una visión sesgada de esos años, como es de esperar de cualquier perspectiva, subjetiva por naturaleza. Como tal no es un documento concluyente sobre el periodo histórico, ya que está basado en los recuerdos y deseos de Grace Elliott, los cuales incluso podrían haber tergiversado la propia realidad que los creó. Pero la existencia y verdad de esa memoria es innegable. Así, la estructura del guión es lineal, no hay saltos hacia atrás en el tiempo, y los momentos elegidos en la continuidad del tiempo corresponden a los que permanecieron en la memoria de la duquesa. A este respecto el propio Rohmer ha destacado lo fácil que ha sido la adaptación del libro, estructurado sorprendentemente como un guión cinematográfico, y la claridad y naturalidad de los diálogos de la novela, a diferencia de los que podríamos encontrar en las novelas de Stendhal o Balzac.

Utilizar la memoria de los que vivieron -en este caso la duquesa Grace Elliott-, sin pretender extrapolar el millón de subjetividades recogidas en una objetiva realidad histórica, es la única forma coherente y fiel que posee el artista para aproximarse al mundo interior de la Revolución, el de los hombres que la provocaron y la padecieron, y es la adoptada por Rohmer.

Asumiendo pues como hipótesis la subjetividad de su Historia, Rohmer opera de la siguiente forma: puesto que no puede reproducir el París de la época, ni construyendo decorados ni utilizando la propia ciudad en la actualidad, el cineasta recurre a la memoria artística del espectador y ha reproducido en pinturas los escenarios de la historia. Con estas imágenes dibujadas de la plaza de la Concordia, de los Inválidos o de l’Île de la Cité, diseñadas con el estilo de los pintores de la época, el autor nos lleva eficazmente al París de finales del XVIII. Gracias a la tecnología digital y a una excelente fotografía, los personajes de carne y hueso, los carruajes y el resto de elementos móviles -grabados en estudio-, son integrados perfectamente en estas pinturas, sin que existan bruscas diferencias de color o tono.

Todos los planos de la película son fijos, si exceptuamos algún movimiento panorámico en interiores para seguir a los personajes. De esta forma, los exteriores son fácilmente reconocibles ya que son mostrados siempre con el mismo lienzo pintado, desde el mismo punto de vista, el de Grace Elliott como habíamos quedado desde el planteamiento inicial de la obra.

Y no hay música, porque por aquel entonces no había ni equipos de música ni orquestas ambulantes. Sólo se oye el fragor de los cañonazos o el silencio intimidatorio de las noches de fuga, iluminadas por el claror de la luna.

Además de formalmente, L’anglaise et le duc se desmarca de la línea moral adoptada por la Historia francesa, y nos muestra el punto de vista de una aristócrata, acosada, perseguida y atemorizada por el soplo nauseabundo de la muerte. Rohmer continúa, como ha hecho en toda su obra cinematográfica, mostrando a sus personajes sin enjuiciarlos, sin preocuparle si tal actitud es reprobable moralmente, sino si es fuente de gozo o dolor, de felicidad o miseria.