jueves, 11 de octubre de 2007

Absolute Wilson (2006, Katharina Otto-Bernstein)

Se publicará en Cine para leer, Julio-Diciembre 2007, Ed. Mensajero, Bilbao.

Esta película, firmada por la alemana Katharina Otto-Bernstein, no sería más que otro convencional, ortodoxo y bien realizado documental para televisión, si no fuese por el extraordinario objeto de atención que le da título, el director teatral Robert Wilson.


La historia de Bob Wilson es la historia del hijo gay del alcalde del profundo Waco, que, sin formación teatral de ningún tipo, se convertiría en una de las más brillantes y prolíficas figuras de las artes escénicas. Considerado uno de los más influyentes directores escénicos del teatro actual, Wilson se nos descubre como un ser descomunal, megalómano, un artista de creatividad y energía homéricas, que recuerdan a otros genios del siglo XX como Picasso.

Los problemas de aprendizaje que sufrió cuando era pequeño, iban a empujar al joven Wilson hacia un lenguaje no verbal. Sus primeros contactos con la experiencia escénica iban a estar ligados con la danza contemporánea que se estaba desarrollando en el Nueva York de finales de los sesenta. Subyugado por la belleza del cuerpo y sus posiblidades expresivas, este iba a constituir el núcleo de sus primeras performances y montajes con su compañía, la Byrd Hoffman School or Byrds.


Controvertidos montajes como Deafman Glance (1970), con Raymond Andrews, un niño negro sordomudo, o sus performances con Christopher Knowles, un autista de 19 años, darían paso a espectáculos de duración maratoniana, como The Life and Times of Joseph Stalin (1973) de 12 horas, o KA MOUNTain and GUARDenia Terrace (1973) en lo alto de una colina iraní, que duró una semana entera.


Tras ellos, vendrían montajes de vocación operística, en los que las partes literaria y argumental tenían un peso exiguo, como Einstein on the Beach (1976), que lo convertiría en una celebridad mundial, apadrinada incluso por André Breton.


Es de comprender que cualquier cosa que se escriba, diga, filme o monte, sobre este personaje ejercerá una fascinación inherente. Su obra es eminentemente visual y, por tanto, idónea para sumergirse en ella a través del cine, e incluso para hacer cine a partir de ella. Lamentablemente, Absolute Wilson se queda en lo primero. Las imágenes en vídeo de sus montajes tienen un poder hipnótico y onírico no del todo explotado en la cinta, porque, al fin y al cabo, no deja de ser un documental convencional en el que se aplican técnicas de reportaje periodístico.


La principal virtud de Absolute Wilson se halla en el feliz entendimiento del director teatral con la directora del documental. Gracias a esa comunión, el pudor de Wilson es derribado y la cámara puede acceder a una de las figuras artísticas más turbadoras del último siglo. Sin embargo, el uso que se hace de las imágenes de archivo, como meras ilustraciones de un recorrido histórico, es una clara infrautilización de un tesoro audiovisual. Si no fuese por Wilson, sería un documental más para Pedro Erquicia.

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