viernes, 11 de febrero de 2005

La casa de las dagas voladoras (2004, Zhang Yimou)

Publicada en Cine para leer, Enero-Junio 2005, Ed. Mensajero, Bilbao.



Zhang Yimou, que ya era uno de los grandes del cine mundial, dio un giro en su trayectoria profesional con Hero, con la que realizó la primera de, por el momento, sus dos películas dentro del género wu sian pian o de artes marciales. El género experimentó un espectacular resurgimiento a partir del estreno de Tigre y Dragón, que popularizó y dio entidad intelectual al género, y que recibió un Oscar a la mejor película extranjera en 2000. Yimou se apuntó al carro de Ang Lee, e hizo Hero, gozando también del beneplácito del público occidental.

La casa de las dagas voladoras es una nueva epopeya romántica que comparte con su antecesora, el drama histórico, espectaculares escenas de luchas, y un fuerte contenido simbólico a través de los colores, personajes y elementos narrativos. La casa, por el contrario, es menos abstracta, se apoya en un argumento de más relieve, es más ortodoxa narrativamente, y da mayor importancia a la historia de amor.

La película se desarrolla en la China del año 859. En ese momento, la dinastía Tang, uno de los imperios más luminosos de China, está en declive. Se han formado muchos grupos rebeldes que se oponen al régimen, y de ellos, el de la casa de las dagas voladoras es el más activo y el que cuenta con más apoyos gracias a su política Robin Hood de “redistribución de la riqueza”.

Mei, la hija del líder asesinado de la “casa”, trabaja como bailarina en el Peony Pavilion y es capturada por Jin y Liu, los capitanes del condado de Feng Tien, sin que puedan extraer ningún tipo de información de la hija del héroe muerto. Ante la contumacia de la heroína ciega, preparan una treta para ganarse la confianza de la bella Mei y conseguir así llegar al núcleo del grupo rebelde.

La película es un espectáculo casi perfecto, armonioso y bellísimo. Esto se empieza a construir en el guión, de estructura clásica y con los puntos de giro bien definidos, lo que se comprende como necesario, no sólo por la complejidad del argumento, sino también por el estilo del resto de elementos que componen el film y con los que guarda una profunda coherencia guiada por un principio básico: La casa de las dagas voladoras está hecha a partir de grandes trazos de colores primarios, limpios y puros, dispuestos en una estructura de tensión entre opuestos. Este principio rige toda la película, de principio a fin.

Zhang Yimou convierte el oficio de cineasta en arte y conduce todos los elementos técnicos que ofrece el cine en una misma dirección y sentido, realizando una película de excepcional unidad.
Los personajes son y, de un soplo, dejan de ser lo que eran para ser lo contrario. Mei se presenta a todos como invidente, pero su ceguera era fingida; por otro lado, Jin se muestra como el héroe salvador de Mei, y en realidad es un esbirro del gobierno que quiere infiltrarse en el grupúsculo rebelde; y el amor de Mei oscila como un péndulo entre Jin y Liu con la misma ligereza con que vuelan los personajes. Todos los vínculos, y las relaciones de los personajes con su entorno, se caracterizan por este juego de espectros.

Las escenas de lucha son pequeñas obras maestras en las que se concentran todos los elementos con la misma idea: la tensión entre opuestos. En ellas, los personajes visten su carácter y estado de ánimo con los colores primarios a través de su vestuario y de los escenarios. Todo el equipo técnico viaja en la misma dirección y sentido, el director de arte, la responsable del vestuario, y sobre todo, el director de fotografía, Zhang Xiaoding, quien se expresa con la luz con la misma ligereza y conciencia del color que Vittorio Storaro, desde el rojo de nacimiento y fuerza hasta el violeta de muerte y serenidad.

De entre todas las escenas, destacan por encima del resto las de apertura y cierre.
La danza de Mei en el Peony Pavilion es fuerza, exhuberancia, erotismo, el nacimiento de una nueva y desconocida luz, sencillamente una pieza sublime, en la que el ritmo de cada plano conduce la secuencia al siguiente plano con la misma ligereza con que baila Mei.

La escena de cierre es otro prodigio. La magia irrumpe en la película. El paisaje late con los personajes, y sus almas se llenan de blancura al tiempo que la nieve cubre el valle, pasando del otoño al invierno en segundos. Del rojo al violeta para sintetizar todo el espectro en el blanco, solución final del baile cromático. Juego de apariencias entre unos personajes que se aman y se engañan que se resuelve definitivamente en el amor y la muerte.

Una nueva etapa del chino Zhang Yimou que lo engrandece todavía un poco más. Sencillamente sublime.

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