viernes, 6 de octubre de 2006

Las partículas elementales (2006, Oskar Roehler)

Publicada en Cine para leer. Julio-Diciembre 2006, Ed. Mensajero, Bilbao.


Se trata de la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Michel Houellebecq (Ampliación del campo de batalla, 1994; Las partículas elementales, 1998; Plataforma, 2001), un “galáctico” de la literatura francesa que le ha llevado a firmar un contrato millonario con la editorial Hachette.


La película dista de ser el ejercicio de nihilismo lógico que constituye la novela. Fuera se quedan las reflexiones sin esperanza sobre los temas fundamentales en la sociedad actual, como el hedonismo exacerbado que nos domina, el sentido de la descendencia, el cuestionamiento de la libertad del ser humano, o el fracaso de la representación (“Una mentira es útil cuando permite transformar la realidad, [...] pero cuando la mentira fracasa, sólo queda la mentira, la amargura y la conciencia de la mentira.”). La digresión en el libro sobre la figura de Aldous Huxley apenas alcanza una breve escena sin ninguna trascendencia en la película. También se echa de menos el desarrollo del extravagante Francesco di Meola.

La película no sólo es menos pesimista, tanto por la concepción de los personajes, que se traduce en el elenco escogido y en la dirección de los actores, como en la propia evolución dramática, que ofrece un final esperanzador para uno de los dos hermanos protagonistas de la historia, sino que diluye hasta hacer inexistente el espíritu desolador que empapa la novela. La película sólo toma del libro el argumento, la historia de dos hermanos, Michel y Bruno, en su encuentro paroxístico con la cuarentena: Michel es un prestigioso investigador científico, guarecido en su edificio intelectual de las inclemencias de la vida; Bruno, imagen en negativo de su hermano, es un profesor de Literatura, obsesionado por el sexo, que se ve obligado a ingresar en una clínica psiquiátrica tras un episodio de exhibicionismo con una de sus alumnas. En ese mínimo existencial de ambos, Michel se reencuentra con Annabelle, su adolescente y único amor verdadero, y Bruno inicia una relación de amor desesperado con Christiane.

El libro es abiertamente trágico; la película es tragicómica: su tono es menos cáustico, más amable y conciliador, pero no por ello más consolador. La película es una adaptación sin brío, sin identidad, y con ella se experimenta “la amargura y la conciencia de la mentira.”

De producción alemana –lo que ha implicado una adaptación transfronteriza de los escenarios franceses originales-, es la segunda adaptación de una novela de Houllebecq, tras la que realizara Philippe Harel en 1999 de Ampliación del campo de batalla. Aparte de estas dos experiencias como guionista, Houellebecq ha escrito los guiones y es el realizador de un par de cortometrajes. En el futuro, se dispone a llevar él mismo a la pantalla su última novela La posibilidad de una isla, pretensión que ha propiciado un pleito público del propio autor con su editorial ante la negativa de ésta de acometer el proyecto. Tras la decepción de estas partículas elementales, aguardaremos que la posibilidad de una isla sea no sólo una isla posible, sino la isla de Houellebecq en imágenes.

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