viernes, 24 de febrero de 2006

El nuevo mundo (2005, Terrence Mallick)

Publicada en Cine para leer. Enero-Junio 2006. Ed. Mensajero, Bilbao.


El nuevo mundo
es una película de Terrence Malick, autor de tan sólo cuatro largometrajes desde que comenzara su carrera profesional, en 1973. Su cine no tiene que ver casi con nada. Tiene un hálito que penetra hasta los huesos y vuelve extraño el mundo de afuera, el que espera a la salida del cine. Es un cine lírico, pero no es poesía visual puesto que el aspecto narrativo no se pierde en sus películas.


El nuevo mundo narra la historia de amor de la princesa india Pocahontas y del capitán John Smith, en el año 1607, cuando tres barcos ingleses financiados por la London Virgina Company arribaron a la costa americana en buscas de un legendario tesoro que creían escondido en los nuevos territorios. La historia ya contaba con varias versiones cinematográficas, entre ellas una de dibujos animados de la factoría Disney (Pocahontas, 1995).

Narrada por Terrence Malick, la leyenda se ha transformado en una película extraordinaria. Y muy meritoria, porque camina por el vacío en muchos aspectos de la película y sale victorioso en todos ellos. El más desconcertante y arriesgado es el ritmo. En
El nuevo mundo no hay síncopas, ni puntos de giro. Ni tres actos claramente definidos. Es otra forma de hacer cine, que ahonda en su aspecto lírico y que perfecciona las tesis estéticas planteadas en sus otras tres películas (Malas tierras, 1973; Días del cielo, 1978, y La delgada línea roja, 1998). La película se articula en torno a las voces en off de los tres personajes protagónicos, Pocahontas, John Smith, y el que se convertirá en marido de la princesa india tras la supuesta muerte de Smith, el colonizador John Rolfe. Estas tres voces están más cercanas del stream of consciousness de Faulkner que del clásico punto de vista interno en primera persona. Esta corriente de conciencia se intensifica hasta hacerse hipnótica por el tratamiento que se hace de la acción. Lo que pasa en la película, el drama, es narrado en su mínima expresión, con un uso exquisito y brutal de la elipsis, de tal forma que las secuencias narrativas, esas que hacen avanzar la acción y que son condición sine qua non de un buen guión según la ortodoxia de Hollywood, constituyen un porcentaje exiguo del metraje total. Estas secuencias vinculan entre sí los pasajes líricos y su carácter mínimo, su atmósfera de sueño, son clave para que la película fluya y no pierda nunca el ritmo íntimo, la pulsión interna de la criatura.

El resto, lo que no es acción, es una celebración de la naturaleza, de la voz de los ríos, los árboles, de los hombres valerosos que no tienen miedo y que forman parte de esa naturaleza en equilibrio. Los elementos son sencillos, efectivos, las emociones que suscitan, si el espectador entra en el juego propuesto por Malick, intensas: dos manos unidas bajo el agua –el pueblo universal que hallamos en
La delgada línea roja-, dos cuerpos corriendo entre las altas hierbas de las praderas de Virginia, el sol, el agua, los ojos, el amor entre el capitán Smith y la bella Pocahontas... El contraste con el primer plano del asentamiento de Jamestown, sucio, enfermizo y receloso, es estremecedor.

Terrence Malick, profesor de Filosofía durante muchos años en el
MIT de Boston, hace una reflexión sobre la pérdida de la inocencia del ser humano, su rápida propagación y la difícil exculpación. La princesa Pocahontas, a salvo gracias a la irracionalidad del amor que siente por el capitán Smith, es el único ser que se mantiene puro, que se respeta y se adapta al nuevo mundo con el mismo espíritu con que baila por las praderas cuando aún vive con los suyos. En ella se vislumbra ese proceso de desarraigo y posterior reconciliación. Tras abandonar el mundo ordenado de su tribu y ser tomada como rehén por los ingleses, Pocahontas vive durante años confinada en el asentamiento de Jamestown que, poco a poco, va creciendo y civilizándose. Llegan más colonos, le cuentan que su amado ha muerto en la travesía hacia Inglaterra, y se casa con John Rolfe. Años oscuros, de penitencia, en los que no pierde nunca el valor y la esperanza, hasta que recibe la llamada del rey de Inglaterra, deseoso por conocer en persona a la mítica princesa india. En Europa nace la reconciliación. Su admiración por la arquitectura, por los vestidos, por los nuevos juegos que el arte inventa reproduciendo el orden perdido de la naturaleza, y su encuentro con el resucitado John Smith restauran la virginidad moral de Pocahontas.

La película está llena de juegos y contrastes que recalcan esa tesis: Pocahontas no tiene nombre, y son los ingleses quienes se lo dan, bautizándola como Rebecca; Pocahontas camina descalza, y son los ingleses quienes la visten y constriñen bajo el corpiño y los zapatos que la llevarán a Inglaterra; Pocahontas se enamora de John Smith (otro sin nombre), pero éste muere en su corazón porque los ingleses le anuncian que ha fallecido, y se casa con John Rolfe. La civilización es la ruptura del orden primigenio. Pero también es redención. Y esa paradoja, la gran paradoja humana, es el único tema del arte y el tema de
El nuevo mundo.

Terrence Malick ha hecho una película con una característica muy difícil de encontrar en el cine actual y que es donde radica todo su valor: la plena conciencia. Conciencia de lo que quiere decir, y de cómo decirlo. Pero también conciencia de los pucheros e ingredientes que necesita para cocinarla. Obsesionado como otros grandes por el control absoluto de su obra, Terrence Malick ha contado con la colaboración de los mejores profesionales, cuyo trabajo se nota imbuido por el espíritu Malick, que lo mejora y engrandece.

La fotografía es del mexicano
Emmanuel Lubezki, uno de los mejores directores actuales, autor de trabajos tan brillantes como Sleepy Hollow y Y tu mamá también. Su trabajo en El nuevo mundo tiene una candidatura a los Oscar de Hollywood y lleva camino de repetir el éxito de Néstor Almendros en Días del cielo.

Si Lubezki es responsable de iluminar,
Jack Fisk lo es de seleccionar lo iluminado. Director de arte de varios títulos (entre ellos los primeros de Malick), se convirtió a finales de los noventa en jefe de producción de La delgada línea roja y de las dos últimas películas de David Lynch. Los escenarios y los decorados son en este caso otro personaje más y parte del conjuro.

La música está elegida con una sutileza que insufla el aire que necesita el film para avanzar: fragmentos originales de James Horner, uno de los mejores en la actualidad, y la colaboración de
Wagner, de quien Malick toma un fragmento de El oro del Rhin para componer la apertura y el cierre del film.

Recuerda por la precisión y el uso singular de la música a
Kubrick. De la misma forma que el director neoyorkino organizó un casting a nivel nacional y vio a miles de chicas hasta encontrar a su Lolita, el de Texas hizo lo mismo a nivel internacional para hallar a Pocahontas. En ocasiones se dan encuentros milagrosos entre el actor y su personaje, diluyéndose la frontera entre los dos lados del espejo. Éste es uno de ellos. Q’Orianka Kilcher fue descubierta por casualidad mientras se ojeaban nuevos rostros en una agencia de actores. De quince años, hija de un indígena quechua, deslumbra por su presencia y es otro de los pilares, junto al resto del elenco, elegido a la perfección, sobre los que se sostiene esta grandiosa película, existencialista, que canta al Dios escondido en el ser enamorado.

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