viernes, 13 de julio de 2007

Red Road (2006, Andrea Arnold)

Se publicará en Cine para leer. Julio-Diciembre 2007, Ed. Mensajero, Bilbao.


Bajo el epígrafe de Advance Party, Lars Von Trier lanza su último proyecto audiovisual, una trilogía de películas rodadas por autores noveles, con tres personajes fijos y cuya acción discurre en Escocia. Red road es la primera de las serie y llega avalada por el Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes 2006.


Su directora es Andrea Arnold, ganadora de un Oscar al Mejor Cortometraje por Wasp (2003). Su primer largometraje es una obra narrada con inteligencia, en la que el orden de la información suministrada es vital para el sostenimiento de la tensión dramática. Red road es la historia de una solitaria mujer que descubre con pavor que el asesino de su marido y su hija ha sido excarcelado. Decide entonces contactar con él, ocultando su identidad, con objeto de ejecutar una venganza, que al final se revelará estéril y excusa de un sentimiento de culpa más profundo que intentará expiar mediante su relación con el asesino.

La elección de un punto de vista extradiegético y no omnisciente –o vídeo- es clave. La tensión del relato se construye a partir del misterio que encierra la figura hermética de Jackie, de quien Andrea Arnold no da la clave definitiva de su enigma psicológico hasta la resolución del film. A su vez, la figura de Clyde –el asesino de la familia- es un misterio para Jackie, por quien sus sentimientos irán evolucionando a medida que vaya cobrando luz a sus ojos. Como Jackie para el espectador, su enemigo íntimo cobrará sentido en la resolución del film. La arquitectura del relato es notable, y esto se puede decir únicamente cuando el discurso construido es el más adecuado para la historia que se pretendía contar.

Otra cosa habría que decir de la propia historia, cuyo final raya la autocomplacencia y una desmedida fe en la humanidad más propia de un musical que de un drama. La catarsis final –su diálogo cara a cara con el asesino en el lugar del crimen- con la que pretendidamente Jackie consigue expiar su pecado –liberarse de la culpa que siente al haber discutido con su marido justo antes de su muerte- es difícil de asumir y muestra poca imaginación por parte de su autora. Quizá diga demasiado de lo que me buye por dentro, pero como espectador prefiero la determinación inquebrantable y enfermiza de Julie Kohler en La novia vestía de negro (François Truffautt, 1968).

En cambio, la atmósfera creada a partir de los espacios y las condiciones sociales, destaca por ser uno de los pilares que mayor riqueza aportan a la obra. Los monstruosos edificios de Red road, varados en medio del páramo y habitados por expresidiarios; los descampados llenos de basura; los muros de palabras tristes y obscenas; las calles grises; las habitaciones inhóspitas; todo contribuye a intensificar la tensión latente por contraste con Jackie, que se convierte gracias a él, en un topo a punto de ser descubierto por Clyde y su compañero de piso Stevie.

Otro aspecto notable de Red road son la inclusión de las imágenes de las cámaras de seguridad. Jackie trabaja como gente en el centro de control de vigilancia de la ciudad de Glasgow. Su puesto de trabajo acentúa su soledad y la convierte en una ‘voyeur’, ajena a la vida que observa. La fantasmagórica aparición de Clyde en uno de los monitores obliga al personaje a atravesar el espejo y formar parte de esa realidad de la que, hasta ese momento, era mera observadora. La ausencia de un tercer personaje observador –por ejemplo, un compañero testigo de la relación de Jackie con Clyde- limita el alcance de un recurso dramático que podría haber dado a la obra una dimensión más, tanto en el relato como en la puesta en escena –véase La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1956), en donde la inteligente decisión de romperle la pierna a L.B. Jefferies mantiene su condición de espectador-.

Al margen de lo que es y podía haber sido, o de autocomplacencias del final, lo que no se pude negar es el poder de las imágenes de Andrea Arnold. Cuando en una película el espectador encuentra una sola escena que le pone los pelos de punta, se puede decir que el dinero de la entrada estuvo bien empleado. En Red road, brilla especialmente la escena en la que Jackie baila con Clyde: sus planos cortos, su intensa luz roja en rostros y manos, imprimen una tensión desacostumbrada y turbadora. Esa tensión se extiende a todos los planos del film, gracias a la información no suministrada, bien a través del fuera de campo, del uso de planos cerrados, o de la indefinición de la imagen.

Se trata pues del esperanzador bautizo del Advance Party, el nuevo invento publicitario del creador del Dogma, y sobre todo, del tardío –tiene 46 años- pero feliz nacimiento de una poderosa realizadora llamada Andrea Arnold.

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