viernes, 20 de julio de 2007

Septiembres (2007, Carles Bosch)

Se publicará en Cine para leer. Julio-Diciembre 2007. Ed. Mensajero, Bilbao.


Septiembres
es un interesante ejercicio cinematográfico que nos sirve para evaluar algunas cuestiones sobre la ficción, el documental y el reportaje periodístico, y las fronteras que los delimitan. Su realizador, Carles Bosch, que trabaja habitualmente como realizador para TV3, obtuvo un éxito mundial con Balseros (2002), otro documental que llegó a estar nominado al Oscar de Hollywood. Septiembres narra las historias de amor de algunos de los presos con las novias y esposas que esperan en el exterior, o con otros presos con los que comparten el espacio intramuros.


Con Septiembres, Bosch lleva a la práctica algunas ideas sobre el documental y sobre la forma con la que el audiovisual debe enfrentarse a la realidad para capturar la verdad que encierra. Según su director, en Septiembres no hay ‘casting’: los personajes que aparecen fueron elegidos por ser los participantes del Festival de la Canción que anualmente organiza Instituciones Penitenciarias. Se pretendía con ello tomar de modo aleatorio una muestra del colectivo de presos, con el fin de plasmar otra de las ideas que rigen la película, la primacía de la colección de ejemplos sobre el caso individual y único, como vía para hallar la verdad sobre una realidad. De esta forma, durante los 113 minutos que dura la película se alternan fragmentos de las distintas historias con objeto de ilustrar una tesis sin sombras: los presos son también personas que aman.

Las propuestas estéticas son bastante discutibles. En primer lugar, escoger a los presos que participan en un concurso de canto, no solo es introducir un filtro –como lo habría sido seleccionar los que trabajan en la lavandería o en la biblioteca-, sino que además implica un tipo de presos con vocación pública, más proclives que otros a desnudarse emocionalmente ante una cámara. En segundo lugar, desde siempre, y exceptuando a Eisenstein y algunos ejemplos de coralidad, el arte ha buscado la verdad a través de la experiencia individual, e incluso en las buenas películas con varios protagonistas (v.gr., Short cuts, 1993; Magnolia, 1999; Traffic, 2000; Babel, 2006), el director se ha aproximado a ellos ahondando en lo particular, en lo único de cada historia y personaje. Por otro lado, El acorazado Potemkin (1925) u Octubre (1927) son películas de ficción, en las que el protagonista es el pueblo, entendido este como un único personaje. La verdad de un muestreo y de su extrapolación a un conjunto es fruto de la estadística, no del audiovisual.


La puesta en escena de Septiembres además denota cierto sentimentalismo y una mirada en exceso dulce sobre sus personajes. El rodaje de un año de duración ha acercado hasta tal punto a director y criaturas, que no hay distancia entre ellos. Abundan los abrazos con la cámara circulando alrededor de ellos, exhibicionistas movimientos de grúa, e inexplicables planos detalle y de conjunto, que no logran transmitir la verdad de lo que muestran.

Otro problema que presenta es la falta de arco de los personajes. Las dos horas se hacen largas, y quizá un formato televisivo de menor duración habría convenido más al material.


Septiembres
no sigue el camino de la estilización artística de obras maestras del género como El sol del membrillo (1992, Víctor Erice) o Noche y niebla (1955, Alain Resnais), y tampoco recurre a los recursos del reportaje periodístico, como la voz en off de un narrador. Se queda en tierra de nadie, y desde ahí sucumbe en una autocomplacencia que aburre.

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