viernes, 21 de septiembre de 2007

Los testigos (2007, André Téchiné)

Se publicará en Cine para leer. Julio-Diciembre 2007, Ed. Mensajero, Bilbao.


La nueva película del francés André Téchiné es el testimonio doloroso de la memoria. Ambientada en el París de 1984, al que el propio Téchiné sobrevivió, Los testigos narra las cruzadas sentimentales de cuatro personajes, cuyas felices existencias unidas sexual y sentimentalmente, se verán abortadas por un suceso que les dejará marcados, la muerte por SIDA de uno de ellos. A partir de ese momento, la enfermedad se propagará lenta e inexorablemente al espiritu de los otros tres.



La estructura del relato propone una lectura ligada a la melancolía y a la pérdida de la inocencia. La primera parte, Los días felices, arranca dramáticamente con una escena a orillas del Mediterráneo en que el médico presenta a sus amigos al joven Manu. Adrien está enamorado platónicamente de la espontánea e inocente criatura. Sarah y Mehdi acaban de ser padres. Todo es bondad y felicidad en ese plano en el que caminan a orillas de un intenso mar azul. Existe en esta mirada una pudorosa melancolía de un fausto pasado.


Sin embargo, la inocencia pronto se verá rota en la primera parte del relato por la trama sentimental que liga a Manu con Mehdi. La infidelidad, como un oscuro presagio de la epidemia que vendrá, se instala en el relato como una bomba de relojería que tarde o temprano estallará. De esta forma, la película se va construyendo como un melodrama sentimental, en el que las pasiones desencadenan los actos y afecciones de los personajes.


La película da un giro en el momento en el que Manu cae enfermo. Es el inicio de La guerra, la segunda parte de este tríptico, en la que la joie de vivre –que no promiscuidad-, da paso a una sombría época gobernada por el miedo: al contagio en primera instancia, y en última, a la ruptura del orden, tanto de la pareja formada por Mehdi y Sarah como a su amistad con Adrien. El efecto de este meandro dramático es curioso: uno de los protagonistas de súbito se convierte en un personaje secundario sin mayor propósito que esperar a la muerte; el otro, Mehdi, cuyo arco dramático giraba en torno a su affaire con Manu, es transformado en un ser arrasado por el pánico y el sentimiento de culpa.


Es decir, todo lo propuesto en Los días felices, la primera parte del film, es subvertido en La guerra y El regreso del verano. Esto conlleva un serio problema de percepción, puesto que de repente, la película pasa a ser una cosa distinta de la planteada al inicio.
A partir de entonces, Los testigos se convierte en un deambular de la memoria por el dolor, que poco a poco se va superando, “porque el tiempo todo lo cura”, hasta que llega de nuevo el verano, y Adrien regresa a la casa de sus amigos en el Mediterráneo con un nuevo partenaire.

Aunque adolezca de ciertas debilidades de guión, André Techiné es capaz de crear escenas de gran tensión dramática, y otras de gran emoción. En esto tiene mucho que ver el espéndido reparto, cuatro actores sublimes, que componen a la perfección sus personajes.


Los testigos, aunque irregular, es una estimable película, que agranda la figura de su director, quien con títulos como Los juncos salvajes (Les roseaux sauvages, 1994) o Alice et Martin (1998), se ha convertido en uno de los puntales sobre los que se sostiene al identidad del actual cine francés.

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