viernes, 9 de marzo de 2007

El despertar del amor (2005, John Irvin)

Publicada en Cine para leer. Enero-Junio 2007. Ed. Mensajero, Bilbao.


Película basada en una novela del dramaturgo de finales del siglo XIX y principios del XX, Frank Wedekind. Autor de La educación corporal de las niñas (préstese atención a las metamorfosis del título, ‘El fino arte del amor’ y ‘El despertar del amor’), escribió otras novelas con un tema recurrente: la pérdida de la inocencia y el despertar sexual de la adolescencia femenina. En 2004, basada en el mismo libro, Lucile Hadzihalilovic rodó Innocence.


El despertar del amor narra la historia de un grupo de niñas, huérfanas o expuestas, que viven en un bucólico internado entre bosques, en el que reciben una estricta educación para convertirlas en las mejores bailarinas de ballet clásico de Alemania. La culminación de su vida como bailarinas es una representación ante el Príncipe. La bailarina principal ‘gozará’ asimismo de la potencia sexual de su Majestad.

Su director, John Irvin, es un veterano cineasta con una heterogénea filmografía en la que comparten espacio títulos tan dispares como La colina de la hamburguesa (Hamburger Hill, 1987), El pico de la viuda (Widow’s peak, 1994) o la ‘otra’ versión de Robin Hood que dio el año 1991 (la ‘una’ es la de los Kevin, Reynolds y Costner).

Así, El despertar del amor es una película basada en obra literaria de principios de siglo XX, dirigida por un experimentado artesano, y con una estrella internacional, la extraordinaria y elegantísima Jacqueline Bisset. Cumple, a priori, con todos los requisitos de un relato cinematográfico potable, y así lo es. El guión está bien estructurado, y todas las tramas confluyen en espiral en un mismo punto, que es el tema de la película, el amor como agente liberador frente al sexo esclavizador.

La mansión en la que viven las niñas es una cárcel de la que no pueden salir sin riesgo de perder la vida; actúa como otro símbolo de esclavitud. Otro tanto ocurre con el sexo. Reservadas para disfrute del Príncipe, cualquier experiencia lésbica es perseguida y castigada con encono y rabia por parte de Directora. Su personaje también encierra una dualidad beligerante, pues de joven también disfrutó de las mieles del sexo femenino: ‘Mine ha ha’, el agua que ríe, la luz de la que beben generaciones y generaciones de chicas, es el agua prohibida por la Directora, tanto para sí como para el resto de las muchachas.

La dualidad libertad-esclavitud, amor lésbico-sexo prostituido, se repite como un eco en las relaciones de Irene e Hidalla, una de las aspirantes a primera bailarina, y de Blanka con Melusine, la otra aspirante al puesto. El conflicto está claro y bien perfilado: si son descubiertas en la cama de sus amantes, perderán su privilegiada condición. Lo que sin embargo ignoran todas ellas es que el privilegio viene acompañado del desprendimiento absoluto de su cuerpo y su libertad a manos del Príncipe.

Aparte del buen guión, la película presenta numerosas virtudes. La dirección artística y la puesta en escena recogen con sutileza esa prisión camuflada en que se ha convertido el internado, y que la trama irá confirmando con sus sucesivos giros. La Bisset hace un buen trabajo, y con las niñas y resto de profesoras, configuran un universo narrativo coherente y equilibrado. Algunas escenas son brillantes, como la de las zapatillas de bailarina, que poco a poco se van ensangrentando por las puntas, en una metáfora de la tragedia que vendrá a continuación. En cambio hay algunos aspectos no muy bien resueltos, y que tiene que ver también con la moral que destila la película. Si bien es cierto que el punto de vista fundamentalmente el de Irene e Hidalla, no puedo evitar sentir que detrás de sus miradas hay un hombre. En este sentido, parece una película hecha para regocijo de la mirada masculina, como si desde la sombra, el procaz Príncipe, que aniquilará de un plumazo la inocencia y la belleza de las preciosas niñas, estuviese moviendo los hilos del relato.

Este punto de vista se percibe en las escenas de las amantes bajo la cascada, en sus livianos vestidos, el dibujo de sus cuerpos. Reafirman esta postura, la inesperada y cutre desaparición de la única esperanza de salvación para las chicas, el Inspector interpretado por Enrico Lo Verso; las sucesivas muertes de las muchachas, todas desesperadas e imbuidas de un instinto de aniquilación; y sobre todo, el final tremebundo en el que Hidalla se despierta en el lecho del Príncipe y descubre que el palacio en el que yace forma parte de la prisión en la que ha vivido toda su vida. Tal visicitud es kafkiana. Sin embargo, está contada desde la tragedia: el Príncipe es una fuerza de la Naturaleza que determina el Destino de las chicas, y no hay nada que hacer.

El despertar del amor sería una buena película para hacer un estudio sociológico a partir de la identificación de los espectadores. En cualquier caso, es una película con virtudes pero con una moralidad discutible.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Irene e Idhala por siempre¡,,,,,,,,,,,,,

Francizkus dijo...

Buena pelicula sale de lo tipico y estereotipado no es para todo mundo.