miércoles, 5 de enero de 2000

El viento nos llevará (1999, Abbas Kiarostami)

Publicada en Reseña nº312 y en Cine para leer, Enero-Junio 2000, Ed. Mensajero, Bilbao.


Llega el año 2000, entronizado en el reino de las efemérides. No hay mejor distracción que el tiempo, contarlo, nombrarlo, e incluso celebrarlo. Y mientras media humanidad espera alguna hecatombe para señalar con sangre sus vidas, Kiarostami viaja al Kurdistán iraní para filmar otra película de su cine-espejo.



El viento nos llevará propone un sillar más en la construcción de una estética que propusiera con sus anteriores trabajos -El sabor de las cerezas, A través de los olivos- sobre la que el espectador pueda asentar su propia realidad. Es cine-espejo porque cada fotograma de su cine es una impúdica y perturbadora introspección. En cada fotograma Kiarostami se asoma a una acequia sobre la que deja caer una gota, y observa cómo se trasmuda su rostro por una onda en el tiempo.

La ética del cine-espejo de Kiarostami es sencilla y clarividente: el autor de las imágenes se observa a sí mismo a través de su mirada sobre la realidad circundante. Esa mirada es consciente, y de la conciencia de su existencia, de la vida y la muerte, se desprende el tiempo, y la angustia con que el tiempo oprime a los hombres. Además, observa que la soledad hace más insoportable esa presión del tiempo. Los personajes de Kiarostami buscan o esperan porque están solos, y esta búsqueda que da sentido a la vida, la cual en principio carecía de él, se concreta siempre en la muerte. Entonces se alcanza la eternidad en el instante vivido y la angustia del tiempo, por tanto, desaparece.


En El viento nos llevará el protagonista es un ingeniero (?) que llega junto con su equipo de trabajo Siah Dareh, un pueblo en el Kurdistán iraní, para no se sabe qué; al niño que desde el principio será su confidente le dice que a buscar un tesoro, ¿pero qué tesoro es ese que busca el ingeniero? Están esperando la muerte de una anciana, y hasta que no fallezca ellos no pueden realizar su trabajo, que parece será la grabación del rito que suceda al óbito, pero la mujer no muere. Hasta ese momento ya resulta paradójico que el ingeniero llegue al pueblo con el propósito de grabar unas imágenes, y tenga que esperar observando otras. Esta espera también debe asumirla el espectador porque el personaje, al estar ocioso durante toda la película, libera a ésta de una acción directriz que articule de un modo ortodoxo la narración.

El viento nos llevará
se sostiene entonces en la impresión del tiempo en cada fotograma de una forma muy pura, apenas contaminada por acción, personajes o diálogos. En este aspecto la película es heredera de los postulados del ruso Andrei Tarkovski para quien la esencia del cine era el tiempo: podía prescindir de una historia, de personajes, de sonido, lo que hace que sea cine es la presión del tiempo.
Para el ingeniero, la opresión del tiempo se hace intolerable cuando está más solo, y esa soledad le envuelve tanto por su contumaz oposición a la herencia del pasado, como por el fracaso del proyecto que acomete.

La ociosidad a la que le conduce la supervivencia de la anciana altera e inestabiliza al ingeniero: “Los hombres también se rinden, como las máquinas, cuando están ociosos” Y respira más libremente cada vez que emprende una búsqueda aunque ésta esté alejada de la primitiva. Eso ocurre en las magistrales secuencias en las que sube rápidamente al cementerio, con la urgencia de un desposeído, para que su teléfono móvil tenga cobertura y así poder hablar. Incluso en este caso, la búsqueda tiene un vínculo simbólico con la muerte. Al igual ocurre cuando el ingeniero quiere leche y baja a una cueva (bajo tierra, como los difuntos) para que una joven le ordeñe una vaca. Él le quiere ver la cara, aproximarse a ella pero ella no se deja (otra vez la soledad), y entonces recita los versos de la poetisa Forough Farrokhzad en los que se sintetiza el problema existencial del ingeniero: “¡El viento nos llevará!”, dice, como en los versos de Octavio Paz “Nada fue ayer, nada mañana, / todo es presente, todo está presente.”


También existe en la génesis de esa angustia temporal y de la soledad una impotencia por adaptarse a lo ya existente. La tradición impone aquí las reglas del juego que, al no respetar, aíslan al ingeniero. Tiene una trascendencia fundamental en esta idea de respeto y asunción del pasado el niño, que ya lo está esperando en un recodo del camino cuando se aproximan al pueblo en el todoterreno, y al que se opondrá constantemente en una discusión teórica y fáctica sobre las costumbres, desde la discusión acerca del nombre del valle (lo llaman el “valle negro” cuando la luminosidad y la claridad de las casas inducen a nombrarlo de otro modo) hasta su perpetua insistencia para que lo acompañe a todos sitios cuando el niño tiene que estudiar y examinarse de las enseñanzas de sus antepasados. El fémur que aparece en las excavaciones del cementerio es el elemento que simboliza este conflicto permanente con el pasado, y que parece superado en el plano final de la película cuando el ingeniero lo lanza al río y es arrastrado por él.


Llega el año 2000 y nada ha cambiado pero tenemos la nueva película de Kiarostami. Es una película que ofrece al espectador una libertad a la que no está habituado puesto que debe incorporar su propia memoria y sus deseos, pero precisamente por esto El viento nos llevará y el resto del cine-espejo de Kiarostami es un tesoro que no deberíamos dilapidar.