viernes, 24 de marzo de 2000

El verano de Kikujiro (1999, Takeshi Kitano)

Publicada en Cine para leer.Enero-Junio 2000, Ed. Mensajero, Bilbao.


Tras la estruendosa aparición de Hana-bi, el japonés Takeshi Kitano ha experimentado con El verano de Kikujiro una virulenta reacción contra las “flores de fuego”, y ha filmado un bello y duro relato con el sentido del humor que cualquiera necesitaría para vivir en la dimensión de Kitano.



Aunque tras un análisis somero de Kikujiro pudiera apreciarse una radical transformación ética en la que las perversiones, asesinatos y violaciones dieran paso a una más dulce y conciliadora visión de la realidad, lo cierto es que si pensamos la película con la perspectiva de unos pocos días nos damos cuenta de que hay la misma violencia, pero desde la visión de su protagonista, Masao, que al ser un niño de menos de diez años, todavía puede redimirse mediante el sentido del humor que Kikujiro, padre adoptivo de Masao durante la película, impone a todas sus experiencias.

El verano de Kikujiro es una peculiarísima road-movie. En esencia, en una road-movie un personaje emprende un camino en busca de algo que necesita, y que encuentra en el propio camino, en su propio movimiento y en las experiencias que lo transforman. El inicial objeto de su búsqueda, o es una creación de la imaginación y no existe como tal, o carece de todo valor sin el camino recorrido.


Masao vive con su abuela y llegan las vacaciones del verano. El colegio se acaba y todos sus compañeros se van de vacaciones con sus familias, pero Masao no puede. Masao pregunta constantemente por su madre, a la que no conoce, y su abuela le responde de modo muy poco convincente. Esa inquietud hace que surja el deseo de buscarla, y en ese instante aparece mágicamente la figura de Kikujiro y su esposa, quienes ofrecen a la abuela que Masao les acompañe durante sus vacaciones. Así, Masao y Kikujiro emprenderán su camino en busca del tiempo perdido, del pasado, de la madre que nunca tuvieron.

Es inevitable hacer referencia a El mago de Oz, otra mágica road-movie, con la que guarda un consciente paralelismo en la estructura y composición de los personajes como ha revelado el propio Kitano (“Sight and Sound”, vol. 9, nº6 junio de 1999). El camino no es de baldosas amarillas, pero los personajes que se encuentran durante su viaje convierten Japón en un país más allá de un arco iris dibujado por el propio Kitano. Con la excusa de hacer una road-movie fantástica, Kitano se convierte en un mayestático mago de Oz presente en sus distintas facetas en todos los aspectos del film.


En primer lugar, Kitano es Masao, quien narra el viaje a través de un álbum de fotos que va haciendo, al estilo del diario que los niños japoneses deben hacer en la escuela: de esta forma, la película está estructurada en distintos capítulos que titulan las fotos de Masao. Los recuerdos de Masao son los recuerdos del propio Kitano, y la búsqueda que emprende en busca de las raíces familiares es la búsqueda de Kitano.


En segundo lugar, Kitano es Kikujiro: no sólo es el sujeto de la búsqueda sino también el objeto, el tesoro en forma de padre que acompaña y educa a Masao durante todo el viaje. La solución de la odisea está en la propia odisea. La figura de los padres se desdobla en dos, en la madre a la que buscan, y en Kikujiro que actúa como el padre que busca en su madre. Y todos los personajes que van recogiendo, y el propio Kikujiro como maestro de ceremonias, se encargan de darle eso que buscaba, transformando la realidad tras el decepcionante encuentro con la madre, que finalmente vemos despidiendo a “su” marido y a “su” hija.


La figura del viajero-poeta con la camiseta rosa; los dos motoristas que viajan en su Harley, y que colaborarán en todas los juegos que proponga Kikujiro; el malabarista que además baila música tecno en medio de un prado verde... todos ellos van haciendo de Masao una persona nueva, un Masao que termina sus vacaciones cruzando, con la imagen ralentizada, el mismo puente en Tokyo que cruza al comienzo de la película pero con una diferencia notable: si al principio se dirigía a la cámara, en busca de una respuesta, al final cruza el puente alejándose de ésta, preparado para seguir viviendo.


En tercer y último lugar, Kitano es el creador de la puesta en escena, es el ojo que presta a Masao para que nos cuente su verano. En este aspecto, son una arriesgada apuesta formal las secuencias de los sueños, el montaje final con los personajes en primer plano, como los dibujos animados japoneses de enormes ojos, el montaje de determinadas secuencias como la de las apuestas en el hipódromo. Todo pertenece a la memoria retiniana de Masao, incluida la selección de los pasajes más gamberros, o la estupenda música de Joe Hishaisi.


Todo en El verano de Kikujiro parece una gigantesca broma creada por Kitano para poder vivir con toda la violencia y soledad que Masao debe afrontar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

excelente pelicula.