viernes, 21 de abril de 2006

Remake (2006, Roger Gual)

Publicada en Cine para leer. Enero-Junio 2006. Ed. Mensajero, Bilbao.


El proceso de creación artística es delicado y tiene dos movimientos: uno de ida y otro de vuelta, que configuran un círculo que nunca se cierra, puesto que el punto de cierre de un viaje no puede ser el mismo que el de inicio, ya que el propio viaje lo transforma, ineluctablemente, en otro distinto.



Remake es un viaje de ida pero no de vuelta. Es la historia de dos generaciones durante un fin de semana: la generación que hace treinta años estableció una comuna hippie en una masía perdida en la montaña; y la generación de los hijos que nacieron en la comuna, ahora con treinta años, tan adolescentes como sus padres treinta años atrás, pero con el vacío de una vida en la que ni siquiera hay una utopía en la que creer.

El director es Roger Gual (Smoking room, 2001), quien ha partido de su experiencia personal a finales de los setenta para componer la historia de unos personajes, padres y niños, que regresan a la masía por última vez antes de que sea vendida para ser convertida en casa rural.


La primera contradicción que surge en los personajes es su propio planteamiento vital: ¿cómo hacer compatibles su acomodamiento burgués con su pasado vindicativo, en el que buscaron construir un mundo paralelo, al margen de las reglas sociales, de los patrones de conducta, del mundo al fin y al cabo? Los mayores intentan justificar su recorrido vital ante sus hijos, quienes no admiten ese juicio autocomplaciente, porque, en parte, les culpan de su propia desilusión y desidia. A partir de este re-hacer de los años pasados en un fin de semana, surge una contradicción permanente, profunda e hiriente, que se traduce dramáticamente en las permanentes disputas de los personajes. El film no deja lugar a la reconciliación; su mirada es autodestructiva, y a la vez tópica, y éste es el principal problema de Remake.


Al autor de lo que sea, canciones, libros, películas, no le queda otra que partir de su propia experiencia para componer su obra: es el viaje de ida, la zambullida en el océano del ser. Aunque se trate de un material ajeno, el drama atraviesa al autor para adoptar una forma diferente. Si además, el autor parte de un material muy cercano, corre el riesgo de perder perspectiva, de no tomar conciencia, de no salir a flote y quedarse cómodamente bajo el agua, en las profundidades abisales de sus recuerdos o de su inconsciente. En el fondo del mar, la gravedad es equilibrada por la presión del agua, y se permiten todo tipo de ajustes morales con el mundo de la superficie donde sólo existe la gravedad de las cosas. Abajo, la óptica cambia, el sonido de las cosas cambia. El único problema es que bajo el agua no se puede permanecer mucho tiempo.


Sin profundizar demasiado en la cuestión práctica de hacer una película, Remake se queda en el fondo del océano. Hay un rencor reconocible no sólo en la los personajes, sino en el propio autor, que hace demasiado evidente la intención y conduce a los personajes a un agujero negro, a un remolino que se traga todo. En este caso, su nihilismo no funciona del todo porque el camino es demasiado acostumbrado y tan cómodo como los propios personajes, y porque la propuesta estética de la película es el realismo. Y en ese escenario, el mundo de Remake no sale a la superficie. Es lo que ocurre con Víctor, el hijo guionista que está preparando una película sobre un alienígena patata atrapado en un asteroide; lo que ocurre con Laura, ensimismada, hablando de sí misma sin parar, de los cursos a los que le apuntó su estupenda mamá; lo que ocurre con Carol, irritada de una forma exagerada por las incomodidades del campo, por las impertinencias de su hijo Víctor, al que reprocha comportarse como un niño pero sin enseñarle a ser adulto. Es lo que ocurre con toda la película, que lleva a los personajes a unos extremos de adolescencia estúpida sin permitirles la redención a través de la toma de conciencia, catártica o racional.


Todo esto está resuelto desde el realismo, con una austeridad formal tramposa que no le va bien. A los primeros planos sucios se añaden los planos generales contemplativos, para dotar al conjunto de un pretendido equilibrio; la desnudez del sonido directo y del montaje, se combina del otro lado con la verborrea barroca y pretenciosa de los personajes. El final es el paradigma de toda la película, con la pira en la que arden los restos del pasado y del presente, en una pretendida paz que se intenta lograr mediante la puesta en escena con el largo plano general de la masía, que recuerda al estilo del iraní Kiarostami.


Remake
es una obra que respira de sus personajes, critica su inmadurez desde la inmadurez, y al ser todo ello insoportable, decide hundirse en el abismo. No es una buena película.

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