viernes, 23 de febrero de 2007

Inland Empire (2006, David Lynch)

Publicada en Cine para leer. Enero-Junio 2007, Ed. Mensajero, Bilbao.


Desde hace unos años el cine de David Lynch suscita, entre espectadores y crítica, un escepticismo como el de ningún otro en la actualidad. Sus películas están tan alejadas de la narrativa clásica que el espectador se siente impotente para establecer una conexión lógico-casual entre escenas, e incluso entre planos.


Prevalece, según la denominación del teórico Percy Lubbock, el modo pictórico de narración, en el que se representa la acción en el espejo de la conciencia de un personaje, en oposición al modo dramático. Lynch lleva hasta sus últimas consecuencias esta concepción de la narración, de forma que las coordenadas temporales desaparecen -nada ocurre antes ni después- y los espacios abandonan la lógica del campo-contracampo. En Inland Empire esta circunstancia se agudiza debido a la multiplicidad de los niveles de narración. Inland Empire dura casi tres horas y está rodada en vídeo digital, cuestiones técnicas que marcan ya su carácter “outsider”. Rodada durante tres años, StudioCanal, una de las compañías productoras, se incorporó al proyecto a mitad de rodaje tras escuchar, en palabras del propio Lynch, que el director de Cabeza borradora “estaba rodando en vídeo y no sabía lo que estaba haciendo.” Meses más tarde, en palabras al New York Times, el director se reafirmó: “Nunca vi una totalidad. Sólo vi hoyos. Un montón de ellos. Hoyos. Pero eso no me preocupaba. Se me ocurría una idea para una escena y entonces la filmaba. Se me ocurría otra, y la filmaba. Ni siquiera sabía cómo podían relacionarse entre sí.”

La sinopsis de la cinta es escueta: “a woman in trouble”. Poco más se puede decir acerca del argumento porque entonces empiezan las dudas, cuando no la completa desorientación. Hollywood vuelve a convertirse en el escenario principal: Nikki Grace, famosa actriz, comienza el rodaje, a las órdenes de Kingsley Stewart, del remake de una película inacabada y con leyenda negra del mismo director, basada en un viejo cuento polaco.

La película abre y cierra con la misteriosa visita de la vecina del final de la calle (una extraordinaria Grace Zabriskie, la madre de Laura Palmer en
Twin Peaks). Su críptico discurso revela las claves del viaje que Nikki emprenderá a lo largo de las tres horas de película. En sus palabras ya están presentes los principales elementos de la historia: “el callejón en la parte de atrás”, por donde entrará Nikki al estudio de filmación, en la piel de la misteriosa presencia que se les apareció anteriormente; “el hombre encarnación del mal” que anunciará el lado oscuro del marido de Nikki. Una función análoga tiene el locutor encarnado por William H. Macy, quien se dirige a la audiencia desde “Hollywood, California, where stars make dreams and dreams make stars!”. Con su breve intervención Lynch hace referencia al sueño de Nikki (estrella del cine) y a las estrellas del Hollywood Blvd. sobre las que morirá en su sueño. Las claves de la lógica de Inland Empire llegan en forma de cuento.

Con este planteamiento se narra la pesadilla de una actriz que encarna el papel de una mujer infiel en la película . El relato pronto abandona el universo de la actriz Nikki Grace (Laura Dern), para adentrarse en el del personaje Susan Blue (Laura Dern en la película que está rodando), en el del sueño hipnótico de la propia actriz (Nikki, o Laura, o Laura/Nikki) dentro de una extraña casa llena de mujeres, en una absurda sit-com protagonizado por conejos, para después abandonar ésta y sumergirse en el universo de una prostituta polaca. En el extremo de esta cadena de espejos infinitos, los ojos llorosos de una adolescente que contempla, a través de un televisor, todo esta secuencia de pesadillas, infatigable y desesperanzadora.


Los sueños han sido objeto recurrente en el cine. Hitchcock siguió las teorías freudianas y muchos de sus filmes y personajes (John Ballantine, Norman Bates, Marnie) tenían, en las oscuridades de le mente, el origen y explicación de su conflicto. Pero a comienzos del siglo XX, las teorías de Einstein, y más tarde de Heisenberg y Gödel, sirvieron para acabar con la idea de la verdad absoluta, primero en la ciencia, y después en el resto de ámbitos del conocimiento. Con Kafka ardió el ovillo que Ariadna dio a Teseo para salir del laberinto, y transfigurado en Joseph K., Teseo quedó atrapado para siempre en el laberinto de su identidad. Más tarde, Cortázar jugó con las dos caras del rostro, sin que ninguna de ellas fuese la verdadera; y Carver introdujo con sus relatos el laberinto en la cotidianidad. A partir de ese momento, los relatos conclusivos y satisfactorios para el espectador que tanto había cultivado el cine, y el de Hollywood en particular, fueron recibidos cada vez con más escepticismo. Ya no habría respuestas unívocas, personajes señores de sí mismos, sino héroes que dudarían de su propia identidad: el enigma sólo hallaría su solución en la exposición de un nuevo enigma. Con Lynch, el inconsciente ya no es la caja de Pandora del Ser, sino una fuente inagotable para reproducir el misterio de la vida, una y otra vez, con cada sueño, con cada creación espontánea, con cada plano imaginado, sin que ninguno de ellos sea capaz de dar una respuesta definitiva.


El reflejo de espejos infinitos de Welles en Ciudadano Kane (1941) adquiere en Inland Empire una dimensión kafkiana, dando lugar a dos posibles posturas por parte del espectador: o la creencia en la solución trivial –la película es una paja mental sin sentido-, o la fe en las infinitas soluciones –la película tiene múltiples interpretaciones. De ahí, tanto la sensación de tomadura de pelo con la que salen numerosos críticos, como el surgimiento natural de un foro en la propia página web de la película, con objeto de que el espectador comparta su interpretación al misterio encerrado.


La visión de Inland Empire es una experiencia que va más allá de la que cualquier otra película pueda ofrecer. De la misma forma que ocurre con Carretera perdida (1997) o Mulholland Dr. (2001), el poder hipnótico de sus imágenes es tan brutal, que sus tres horas vuelan a través del espectador sin que éste se entere. Al igual que Lynch, el espectador no sabe a dónde le conducen sus imágenes, pero se encuentra en cada escena, en cada plano, en cada mirada de una maravillosa Laura Dern.


Lejos de ser una tomadura de pelo sin sentido, Inland Empire es una grandísima película. Es un viaje sin el paracaídas de la razón a lo más profundo del ser, y como tal hay que concebirla. Pretender comprender enteramente su argumento, o someterla a los principios de la razón, convierte su visión en una experiencia tan tormentosa y frustrante como la de correr sobre un lago helado. Inland empire es una película turbadora, desasosegante, cargada de una energía extraña, criminal y aniquiladora. Es el documental de un rodaje, el documental de la conciencia reveladora e irracional de David Lynch.

1 comentario:

Unknown dijo...

Eso es un bodrio inaguantable neng.