viernes, 14 de marzo de 2008

Nuestro pan de cada día (2005, Nikolaus Geyrhalter, Wolfgang Widerhofer)

Publicada en Cine para leer. Enero-Junio 2008, Ed. Mensajero, Bilbao.



Este documental sin una sola palabra y sin música es una impresionante pieza que muestra los modos de producción de la industria alimenticia en la Europa occidental. Centenares de miles de pollos encerrados en una nave de varios miles de metros cuadrados; cerdos despedazados y limpiados con la misma asepsia con que los nazis gaseaban a los judíos; salmones abiertos en canal y limpiados por máquinas en cadena; terneras ejecutadas con una descarga eléctrica, desolladas, y abiertas de nuevo mediante una descomunal sierra mecánica.

De producción austriaca, y rodado durante dos años, Nuestro pan de cada día es un impactante documento que trasciende lo que las imágenes muestran. Si el contenido de estas ya es de por sí subyugante, su efecto se ve multiplicado por el discurso construido por sus autores. Los procesos son observados con una pulcritud científica: planos fijos con una composición de perfecta simetría se alternan con travellings longitudinales, en los que plantas, animales y operarios son observados con la frialdad apabullante de una geometría perfecta de formas y colores.

Se podría decir que la mirada de sus directores es monstruosa, por el distanciamiento que imprimen la puesta en escena, el montaje y el uso del sonido. Pero el documental consigue que lo monstruoso impregne todo un modelo, una forma de vida cuyas interioridades ocultamos para poder sobrevivir.

Existe una barrera interpuesta por los hombres entre el resto de la naturaleza y nosotros. La dicotomía hombre-naturaleza y sus variantes ha sido el tema del arte desde sus más tempranas manifestaciones. En unas épocas la naturaleza se encarnaba en el destino implacable; el romanticismo recuperó la naturaleza como elemento simbólico de esa lucha; y a finales del siglo XIX Freud introdujo todas las fuerzas de la naturaleza en el botecito del inconsciente. El arte y la religión han clamado siempre por la reconciliación de ambos, por el regreso del hombre a la madre naturaleza, a su seno que el exceso de conciencia le hizo abandonar.

Nuestro pan de cada día renueva esa ansiada reconciliación a través de lo monstruoso, por el ascetismo de su puesta en escena, por el acto de contrición que destila cada plano. En una época en la que el hombre vive con una venda en los ojos, el horror de Noche y niebla (1955, Alain Resnais) resucita en films como este para ponernos de nuevo frente al mundo, y por ende, frente a nosotros. Nunca fue tan verdad eso de que somos lo que comemos porque Nuestro pan de cada día pone al espectador frente a su conciencia, a través de lo que come, a través de los pollos circulando por cintas transportadoras como pelotas de tenis, a través de los olivos zarandeados sin pudor, a través de los rabos cercenados de cientos de cochinillos. Nuestro pan de cada día, dánosle hoy y perdónanos nuestras ofensas...

1 comentario:

Anónimo dijo...

"rabos cercenados de cientos de cochinillos"...gran frase. No sé donde la había visto antes, si en la pizarra de la escuela de los Simpson, escrita por Bart una y otra vez, o en la versión koreana del resplandor, que en la escena en coreano, cambiaron un poco el texto original.
La verdad es que esta frase es muy sugerente, en mi caso lo primero que me viene a la cabeza es una piscina a lo "tío gilito", llena de rabos de cochinillo revolviéndose como si fueran de lagartija.
telmaH