viernes, 14 de septiembre de 2007

La hora fría (2006, Elio Quiroga)

Se publicará en Cine para leer. Julio-Diciembre 2007, Ed. Mensajero, Bilbao.

El canario Elio Quiroga, que impactó con su ópera prima Fotos (1996), once años más tarde regresa al terreno del terror y de la ciencia ficción, de la mano de la también reaparecida Silke. Por encima de todo, La hora fría destaca por la atmósfera creada. El claustrofóbico refugio en el que conviven los ocho supervivientes de la última Gran Guerra que asoló el planeta, está brillantemente construido, a partir de una eficaz dirección artística y una fotografía caliginosa y turbia, enfermiza, que se revela como una creación más que digna teniendo en cuenta el material dramático al que acompaña.


Resuenan ecos de otros clásicos del cine de terror como El resplandor (1981, Stanley Kubrick), La invasión de los ultracuerpos (1978, Philip Kaufman) y sobre todo Alien, el octavo pasajero (1979, Ridley Scott), de las que se alimenta como un feto de la madre nodriza. Así, la peculiar tripulación de La hora fría tiene que enfrentarse a un ejército de “extraños”, víctimas de una infección que los convierte en monstruos, y en amenaza para la población sana. Al ser ejecutados, el peligro no desaparece: entonces, los “extraños” se convierten en “seres invisibles”, capaces de reducir la temperatura, con su mera presencia, a niveles insoportables para la vida humana.

Aparte de las resonancias cinéfilas, existen otras de orden bíblico y moral, que pretenden dar al drama una trascendencia que no tiene. La simple traslación de los nombres del imaginario del Nuevo Testamento (véanse los nombres de los personajes) no es suficiente para convertir esta película de género en una fábula ética sobre la sociedad actual. Igual de ingenua es la pueril explicación del desencadenamiento de la Gran Guerra que dio al traste con el futuro de la Humanidad: “una mitad luchó contra la otra mitad por defender a su dios”. Las obvias alusiones a la actual y mutua animadversión del mundo islámico y el occidente cristiano, reducen el tema a cotilleo de tertulia callejera.


Si a todo lo anterior le añadimos que ni Silke es Ripley, ni genera la empatía que la Weaver, el ambiente tan bien recreado por Quiroga y sus colaboradores, se resquebraja y colapsa como un gigante de barro. La hora fría está tan vacía, que pone de manifiesto como una bofetada, que para hacer buen cine es necesaria una madurez humana y espiritual, sin la cual, cualquier relato audiovisual está llamado a marchitarse irremediablemente.


La hora fría podía haber sido una digna película de género, cercana al cine de Mario Bava o Darío Argento. Pero no. La hora fría es lo que es: una pretenciosa y aburrida película de terror.

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