miércoles, 4 de abril de 2007

La flauta mágica (2006, Kenneth Branagh)

Publicada en Cine para leer. Enero-Junio 2007. Ed. Mensajero, Bilbao.

Keneth Branagh da un paso más en su proceso de modernización de clásicos, adaptando la ópera de Wolfgang Amadeus Mozart. La del británico no es la primera, antes que él vinieron unos cuantos con el libreto de Schikaneder y la partitura de Mozart bajo el brazo, con el firme propósito de hace cine. Quizá el precedente más notorio sea el que hizo Ingmar Bergman para televisión (Trollflöjten, 1975).


En este caso, Branagh transforma levemente el libreto original, trasladando la acción a una Europa deslocalizada e intemporal que recuerda por la dirección de arte a los inicios de la I Guerra Mundial. Esta novedosa ubicación del relato refuerza, por el contraste introducido, el viaje iniciático de Tamino en busca del amor y la paz. En este proceso de actualización del clásico, los guionistas Branagh y Fry también han hecho un esfuerzo por transformar los elementos de la imaginería masónica en símbolos de pacifismo. Sarastro está imbuido por el espíritu de personajes históricos como Luther King, abandonando su espíritu primigenio más próximo al de jefe de una logia masónica. El aria del segundo acto, dedicada originariamente a las deidades egipcias Isis y Osiris, también fue cambiado en aras de popularizar una obra que ya nació con ese espíritu en 1791, pues fue concebida como un espectáculo popular para ser representado en el Theater auf der Wieden a las afueras de Viena.

Aparte de los cambios en el libreto original, La flauta mágica de Branagh sorprende por su deslumbrante puesta en escena. Rodada en los estudios Sheperton de Londres, los efectos especiales convierten el cartón de los escenarios en un flamígero espectáculo para regocijo de los sentidos. El majestuoso plano secuencia inicial sienta el leit motiv pictórico que atraviesa toda la obra, haciendo de ella un canto a la luz y a la alegría en medio de la noche y la guerra.

Los actores son todos ellos cantantes de ópera; el aspecto interpretativo pasa a un segundo término, dando primacía al aspecto vocal como en toda ópera. No en vano, la película sigue siendo La flauta mágica de Mozart. A pesar de los intentos por modernizar la obra, continúa siendo un espectáculo con un código específico, dirigido a un reducido grupo de espectadores, más afines a la ópera que al cine. La película tiene un interés indudable, por la inmortal música y por la puesta en escena, pero el relato de Schikaneder se revela anacrónico, y como tal, La flauta mágica puede resultar aburrida al espectador no asiduo a la ópera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

huh.. cognitively post )