viernes, 21 de julio de 2006

Desde que amanece apetece (2005, Antonio del Real)

Publicada en Cine para leer. Julio-Diciembre 2006, Ed. Mensajero, Bilbao.


Este largometraje de título y cartel elocuentes tiene su principal virtud en su coherencia. No es otra cosa que lo que el título y el cartel anticipan, y una tras otra, sus secuencias resucitan el espíritu olvidado durante más de veinte años de la españolada, la auténtica película made in Spain encargada de dibujar al héroe español.


Así como No desearás al vecino del 5º (Ramón Fernández, 1970),
Yo hice a Roque III (Mariano Ozores, 1980) o El turismo es un gran invento (Pedro Lazaga, 1968) fijaron como iconos las imágenes de Alfredo Landa, Pajares y Esteso, y Paco Martínez Soria respectivamente, Desde que amanece apetece gira en torno a otro de los imaginarios del cine español, el truhán y señor, personaje seductor y perdedor a partes iguales, que creó Arturo Fernández. En torno a él gira toda la producción, que está ejecutada con una determinación encomiable, desde el argumento hasta el título, el cual ilustra perfectamente el espíritu de la película. Cualquier español que entre en una sala a ver esta película sabe perfectamente lo que va a ver.

Así, Desde que amanece apetece es una comedia de estructura dramática clásica, con un conflicto nimio que da pie a los encuentros y desencuentros, amorosos y profesionales, que se suceden hasta el resolución esperada. El protagonista no es el crápula de Lorenzo en contra de lo que cabría esperar, sino su sobrino Pelayo (Gabino Diego) quien es enviado por sus padres desde Cangas a Madrid para que su tío, del que saben que ha prosperado notoriamente, le encarrile en la vida. Al llegar a Madrid, Pelayo ve que su triunfador tío no es más que un arruinado playboy que aspira a casarse con una prostituta retirada (Loles León) para dirigir su local de boys. El personaje de Gabino Diego recuerda, por su dependencia de Lorenzo, y su carácter inmaduro y algo grosero, al Cuco de Misión en Marbella.

En una solución que ilustra a la perfección la sencillez del relato, el joven Pelayo escribe en un papel los objetivos por los que luchará en Madrid: hacerse un hombre, prosperar en la vida, conseguir una buena chica, y regresar al pueblo en un cochazo. Con la ayuda voluntaria o involuntaria de su tío, Pelayo va logrando uno a uno sus objetivos. En medio, tendrá que hacer de gigoló para mujeres ricas, ancianas, y gordas, se enamorará de una prostituta venezolana, y compartirá sus cuitas con el pintoresco grupo de boys de su tío, integrado por Miguel Ángel Muñoz (Un paso adelante), Antonio Hortelano (Compañeros) y Juan Muñoz (del dúo Cruz y Raya).

Completan el elenco Loles León, Pepe Sancho y una larga lista de secundarios españoles, cuya presencia recuerda a la forma industrial que tenían las producciones españolas de los 60 y 70, en las que se incluía un número notable de populares actores españoles que enriquecían el espectro humano que se mostraba.

Se podrá discutir la calidad cinematográfica de la cinta, pero por encima de ese aspecto se encuentra su honestidad, y su loable objetivo de conectar con un público español que, gracias a Parada y a su Cine de Barrio, se ha reconciliado con un cine español popular que la llegada de la democracia y de un cine cultural y “profundo”, censurado durante la dictadura franquista, se encargaron de enterrar durante más de veinte años.

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