sábado, 30 de noviembre de 2013
Taxi Driver (1976, Martin Scorsese)
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Alfonso Santos Gargallo
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noviembre 30, 2013
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viernes, 29 de noviembre de 2013
Gritos y susurros (1974, Ingmar Bergman)
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Alfonso Santos Gargallo
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noviembre 29, 2013
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sábado, 20 de marzo de 2010
Entrevista a Manuel Castillo Huber
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Alfonso Santos Gargallo
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marzo 20, 2010
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jueves, 1 de mayo de 2008
Zelig (1983, Woody Allen)
Se publicará en Cine de los 80, Ed. Mensajero, Bilbao.

Argumento

La muerte de los dos explotadores permitió a la doctora Eudora Fletcher ocuparse de Zelig. Recluidos en una casa de campo, la Dra. Fletcher sometió a Zelig a varios experimentos hasta conseguir que recuperara su propia personalidad, y convertirse así en un individuo, en un ser humano. Los sentimientos de doctora y paciente pronto fueron más allá de lo profesional hasta caer enamorados el uno del otro.
Dos semanas antes de la boda, apareció una mujer que decía ser la esposa de Zelig; a ésta sucedieron otras, y numerosas víctimas de las distintas ‘personalidades’ que Zelig adoptara en su etapa camaleónica. Abrumado por el hostigamiento de la opinión pública, Zelig recayó y terminó desapareciendo. Meses más tarde, la Dra. Fletcher lo descubrió en unas imágenes en las que aparecía junto al Führer, y decidió ir en su busca. Un incidente en un mitin de Hitler obligó a la pareja a huir de nuevo. Gracias a la transformación de Zelig en piloto, lograron escapar en un avión. Tras la hazaña, Zelig regresó a casa convertido en un héroe.


La otra muleta en la que se apoya proviene del relato y es el humor. Ante la ausencia de un absoluto que guíe al hombre, el humor es la única vía de exaltar el relativismo sin caer en la desesperación. El humor es el hilo que da Woody Allen al héroe kafkiano para que encuentre la salida del laberinto.


Zelig está narrada como un falso documental, esto es, con un narrador impersonal y un punto de vista completamente desprendido del personaje, que no pretende la identificación del espectador con él, como es corriente en el cine narrativo. Woody Allen ya había probado este recurso en Toma el dinero y corre, en la que diversos conocidos de Virgil Starkwell daban su testimonio sobre su figura. En Zelig no son familiares ficticios los que reflexionan sobre Leonard, sino figuras de la cultura americana que emiten su opinión acerca del fenómeno. Susan Sontag, Saul Bellow o Irving Howe subrayan con su presencia el aspecto documental del film. Esta opción de punto de vista y de género, lejos de ser una original manera de construir el discurso, es la solución más económica y precisa para narrar esta historia.

Identidad, religión, sexo, amor, psicoanálisis. Todos los temas del cine de Woody Allen están presentes en Zelig de una forma sublime. Ni siquiera falta su homenaje/parodia a sus cineastas de culto. En esta ocasión, toda la película recuerda al documental con que abre Ciudadano Kane; y para que no se pierda la intención, Zelig irá a Xanadú, en compañía del mismísimo William Randolph Hearst. La película tuvo dos nominaciones al Oscar y una tibia acogida por parte del público, tanto en Estados Unidos como en España, donde no llegaron al medio millón los espectadores que la vieron, un tercio de los de Annie Hall o Manhattan. Hoy, Zelig es una obra maestra de 79 minutos, brillante, enigmática, irónica e inmortal, una de las mejores películas de Woody Allen (lo que no es decir mucho).

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Alfonso Santos Gargallo
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mayo 01, 2008
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Etiquetas: 5 estrellas, Cine de los 80
viernes, 4 de abril de 2008
Shine a light (2008, Martin Scorsese)
Publicada en Cine para leer, Enero-Junio 2008, Ed. Mensajero, Bilbao.

Shine a light (2008) se presentó por todo lo alto en el Festival de Berlín, y está siendo promocionado como el acontecimiento musical y cinematográfico del año: los Stones y Scorsese juntos, un auténtico lujo. Ahora bien, como pieza audiovisual no es más que la grabación de un concierto.
A diferencia de No direction home: Bob Dylan (2005), esta nueva incursión de Scorsese en la música no es un documental sobre los Stones sino la grabación del concierto que dieron en otoño de 2006 en el Beacon Theatre de Nueva York. Eso sí, con toda la calidad que puede caber en las manos de uno de los más grandes, y en los bolsillos del que no escatima en gastos. Martin Scorsese dirige, y Robert Richardson supervisa a un equipo de cámaras espectacular: John Toll (Braveheart, 1995), Emmanuel Lubezki (Y tu mamá también, 2001; Sleepy Hollow, 1999), Robert Elswitt (Pozos de ambición, 2007; Magnolia, 1999; Buenas noches y buena suerte, 2005) y unos cuantos más, para manejar la veintena de cámaras preparadas para registrar el evento. Como guinda, cameo de Bill Clinton.
Tanta estrella reunida recuerda los partidos que organizaban Ronaldo y Zidane con sus amigos. De repente el sueño cumplido de cualquier aficionado al fútbol: los mejores futbolistas del mundo sobre un mismo campo. Jugando una pachanga.
Porque Shine a light es eso, una pachanga. Posiblemente, y con permiso de los conciertos de Madonna, la mejor pachanga cinematográfica jamás realizada. Sonido exquisito, realización sublime, en la pantalla uno de los mayores iconos de la cultura pop, y la licencia metacinematográfica del autor de Toro salvaje y Casino. En este sentido, no es ni más ni menos interesante que la pieza que Scorsese realizara este mismo año para Freixenet.
Sin embargo, quizá sea más estimulante analizar Shine a light en el conjunto de la obra de Scorsese. Alzando un poco la mirada, en 1978 ya realizó una película muy similar a esta que tenía como protagonista a The Band (El último vals), el grupo que durante las décadas de los 60 y los 70 acompañara a Bob Dylan o Neil Young entre otros. Años más tarde, Scorsese fue el encargado de realizar el vídeo de Bad, de Michael Jackson.
Su querencia por la música no solo ha estado ligada a la realización de estas dos piezas, ni siquiera al importantísimo papel que la música ha desempeñado en sus películas, desde Taxi driver (1976), con la partitura compuesta por Bernard Herrmann, pasando por el musical New York, New York (1977), hasta las antologías que han acompañado a sus películas desde Goodfellas (1990) hasta The Departed (2006).
El aspecto musical de sus films tiene sobre todo que ver con un sentido del montaje, ligado a una pieza musical, existente o no, que dirige la construcción y el ritmo de la escena. Ese estilo musical ha impregnado a sus películas de una cualidad temporal, más allá de lo narrativo, que ha sido su sello de identidad durante muchos años de la mano de su montadora habitual Thelma Schoonmaker.
La realización de No Direction Home: Bob Dylan y de Shine a light son un ejercicio de abstracción, similar en su evolución espiritual, al que experimentaron otros directores. En Fellini, el concepto de la vida como espectáculo ya presente en sus primeras obras, dio un paso hacia la abstracción en 8 e mezzo (1963), se consagró definitivamente en Los clowns (1971) y Roma (1972), con la propia presencia del director y la no disimulada teatralidad de los escenarios.
En Scorsese, la música como corriente vital ha encontrado en sus últimos trabajos un camino hacia la esencia, liberándose progresivamente de la carga narrativa. El formato de la pieza musical iría más en consonancia con esta depuración formal (como se ha visto en The Key To Reserva), pero su explotación comercial más complicada, si exceptuamos los spots publicitarios y los vídeos musicales propiamente dichos, ha hecho que su abstracción musical desembocara en este concierto de los Stones, perfecto para empaquetar en el formato del largo.
Shine a light es así una piedra más en el camino, que se enciende para iluminar el camino recorrido.
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Alfonso Santos Gargallo
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abril 04, 2008
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Etiquetas: 3 estrellas, CpL Ene-Jun 2008
viernes, 28 de marzo de 2008
Oro negro (2006, Marc Francis, Nick Francis)
Publicada en Cine para leer. Enero-Junio 2008, Ed. Mensajero, Bilbao.

El café es la segunda materia prima que mayor volumen de negocio genera después del petróleo. En los últimos diez años, mientras el precio del café al final de la cadena se ha incrementado, la retribución que reciben los agricultores etíopes por él ha disminuido. Este precio se fija en dos mercados, el de Nueva York y el de Londres, para los que todo el café es el mismo, sin tener en cuenta sus diferentes calidades. Detrás de esta situación, se encuentran las cuatro multinacionales que controlan la práctica totalidad de este mercado: Kraft, Nestlé, Procter&Gamble y Sara Lee. Esta situación económica afecta de manera drástica a la situación social de Etiopía, cuyo PIB depende en un 67% de la exportación de ese café.
Esa es la realidad que nos cuentan Nick y Marc Francis en Oro negro. El documental está construido a partir de la dialéctica generada entre la paupérrima situación de los campesinos etíopes, y la opulenta industria y escenografía creadas en Europa y Estados Unidos. Escenas en las plantaciones se alternan con otras del mercado de Nueva York, la vida en una cafetería Starbucks, o un concurso de barestis (los expertos en la preparación de una buena taza de café).
Su éxito como arma política es innegable, ya que ha sido el eco mundial de una realidad silenciosa. Al socaire de su estreno mundial, en 2006 el gobierno etíope ganó una demanda contra Starbucks por la que exigía a la compañía americana el pago por las denominaciones de origen de los cafés que utilizaba en sus tiendas. También fueron miles las llamadas que recibió la compañía americana de sus clientes, reclamándoles saber de dónde procedían los cafés que consumían. A día de hoy, la situación no ha cambiado mucho, y los intereses de la agricultura de los países desarrollados todavía tienen peso de plomo, pero la influencia de Oro negro en el cambio de la percepción de los países desarrollados es irrefutable.
El documental no es una pieza autónoma, sino que se integra en un entramado mediático de denuncia, del que es la punta de lanza, y que se prolonga en su página web. Esta dependencia es quizá su mayor lastre, pues el documental por sí solo tiene numerosas lagunas. No explica en qué parte de la cadena se produce el incremento del precio del café, ni las causas de la disminución del precio en origen, ni los mecanismos de mercado que conducen a esta situación. Tampoco hace referencia a la productividad de unos campesinos que carecen de todo tipo de maquinaria. Entre los extremos que el documental muestra, se esconden las causas, a las que apenas se alude, y esta omisión impide que Oro negro sea una objetiva y demoledora pieza.
Y es que la subjetividad del documental es manifiesta. A falta de argumentos que vertebren su narrativa, la estrategia contrapuntística de su montaje y el ritmo sincopado mantienen su interés como pieza audiovisual, en la que lo dramático juega un papel fundamental. Sus directores no utilizan la provocación ni el proselitismo de pastor de la nueva era, de Michael Moore en Bowling for Columbine (2002) o Fahrenheit 9/11 (2004), pero la omnipresencia de Tadesse Meskela –líder de la Unión Cooperativa Oromia, que defiende los derechos de más de 70.000 campesinos etíopes-, y el panegírico que los directores de la cinta hacen de él, apelan, si no a la identificación del espectador, al menos a su implicación emocional.
El interés de este documental no radica tanto en cómo está contado sino en lo que cuenta y su función comunicativa, en donde se halla su principal virtud. En su conjunto (documental, página web y notas de prensa) Oro negro ha conseguido transmitir un mensaje claro: del precio que se paga en una cafetería de Milán por un expresso, solo el 3% va a parar a manos del agricultor, y ese 3% es insuficiente para que ni él ni su familia tengan una vida digna.
Publicado por
Alfonso Santos Gargallo
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marzo 28, 2008
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Etiquetas: 2 estrellas, CpL Ene-Jun 2008