viernes, 13 de enero de 2006

El hombre del tiempo (2005, Gore Verbinski)

Publicada en Cine para leer. Enero-Junio 2006, Ed. Mensajero, Bilbao.


El hombre del tiempo es una película de Gore Verbinsky, -The Mexican, 2001; Piratas del Caribe: la maldición de la Perla Negra, 2003- con Nicolas Cage de protagonista. Se trata de un producto made in Hollywood desde la producción hasta la distribución, hasta tal punto que ninguna de las salas donde se proyecta lo hace en versión original. Aunque todo esto no implica necesariamente que se trate de una mala película, la tópica y plana voz en off del protagonista, el deficiente guión y el poco atractivo de los personajes, logran que El hombre del tiempo se convierta efectivamente en una mala película.


El hombre del tiempo narra la historia de David Spritz, el hombre de tiempo de un canal local de Chicago que sufre a los cuarenta años las consecuencias de una vida errática: separado de su mujer, incapaz de comprender a sus dos hijos adolescentes, convertido en objeto de escarnio público, y aplastado por la alargada sombra de su padre, famoso escritor que, a su edad, ya había conseguido el premio Pulitzer. Spritz, refrescante versión de su verdadero apellido, es un héroe perdido en el gélido invierno de Chicago en busca de su propia identidad a través de los derruidos restos de su vida: en su particular odisea por Illinois, intenta recuperar a su mujer, ganarse la admiración de su padre, y conseguir el respeto de sus hijos, pero en ningún momento deja de ser Spritz, una copia barata de todo aquello que admira y desea.

La historia es la misma de siempre, la del héroe en busca de sí mismo, pero la forma que se le da en El hombre del tiempo no funciona. Una de las razones señaladas es la deficiencia del guión. Un guión sólido es aquel en el que la acción descrita en cada secuencia es indispensable para comprender la evolución del héroe a través del drama; normalmente hay un conflicto único en torno al cual se articula todo el relato. No todos los buenos guiones deben ser necesariamente sólidos sobre el papel, y el guión de El hombre del tiempo no pertenece a esta clase. En El hombre del tiempo el conflicto interno (la búsqueda de identidad) es dramatizado mediante pequeños conflictos a través de los que se va construyendo el relato. El principal problema de este tipo de películas es que el ritmo interno –la evolución del personaje, el avance del relato, la resolución del conflicto interno- dependen en mayor medida del poder hipnótico de la secuencia en sí misma. Si ésta no está bien interpretada y construida, la película se va desliendo y termina siendo una sucesión de secuencias mediocres que no articulan una unidad a un nivel superior, que es lo que garantiza un sólido guión. El hombre del tiempo adolece de esto: las escenas son tópicas y previsibles, y el guión no es una roca.

En segundo lugar, la película se apoya en exceso en la voz en off del protagonista, que se convierte en un recurso de urgencia para subrayar lo que la imagen no termina de expresar. Esta carencia es muy significativa al final, en el momento en que el héroe Spritz parece saber cuál es su lugar en el mundo, y así nos lo hace saber indicándonos cuál es su lugar en el desfile final.

Por último, los personajes tienden a lo excesivo, pero sin llegar a la caricatura. El drama quiere convertirse en comedia, pero tiene miedo de que el espectador pierda el respeto a su héroe. Una de las escenas en las que mejor cristaliza este conflicto de género es la del funeral en vida. Spritz ha propuesto a su mujer empezar de nuevo y ésta le ha respondido con su anuncio de boda. Spritz, deprimido, sale al jardín a desahogarse tirando unas cuantas flechas a los árboles. Hay un momento en que se gira, ve al prometido de su mujer y apunta hacia él. Spritz es ridículo, pero la escena no es cómica. Este síntoma se observa en la mayoría de las secuencias: un medio camino entre el drama y la comedia sin resolver. Como contrapunto a todo esto, el mejor personaje es precisamente el más contenido, el padre premio Pulitzer al que encarna extraordinariamente Michael Caine.

El encuentro entre el nuevo héroe americano Nicolas Cage (ya hizo de en The family man, 2000) y el aventurero Verbinsky no fructifica porque ninguno de los dos cree ni en el personaje, ni en sus imágenes. Como en la vida, la película muere por falta de fe, y hacer algo sin fe ya es una falta de talento.