jueves, 29 de julio de 1999

Lisboa (1999, Antonio Hernández)

Publicada en Cine para leer 1999, Ed. Mensajero, Bilbao.


Lisboa
ha sido una película que, si bien ha estado lejos de ser un fracaso tampoco ha llamado especialmente la atención de crítica y público, a pesar de ser una brillantísima película del género 39 escalones, género que instauró Alfred Hitchcock con esta película y que perfeccionó veinte años después con la mítica Con la muerte en los talones.


Género de aventuras con humor en el que el protagonista emprende una odisea tanto física como moral, al término de la cual sale transformado en otra persona, y que sigue generando nuevos títulos cada año. En Lisboa, su director Antonio Hernández realiza este viaje cinematográfico demostrando un conocimiento absoluto de las reglas del 39 escalones.

Sergi López interpreta a un joven representante de vídeos pornográficos que recorre los bares de gasolinera del Badajoz próximo a la frontera con Portugal. En uno esos bares se encuentra con Carmen Maura, como una Eve Kendall más madura y desengañada, que ha desaparecido en medio de una fiesta en su propia casa, para huir de su familia y su marido hacia Lisboa. Toda la familia va en su busca, y con este argumento Antonio Hernández ha creado unos personajes extrañamente exóticos, imbuidos de un maniqueísmo que en este caso da fuerza a la película ya que los personajes del lado oscuro (Federico Luppi, que interpreta al marido de Carmen Maura, y Laia Marull, hija del matrimonio) están construidos sobre la estilización propia del cine clásico: Luppi es un empresario sin escrúpulos, el hombre solitario y ambicioso que está obsesionado por el poder, mientras que el personaje de Laia Marull es una femme fatal, de sexualidad y lengua perversas, igual de seducida por el poder y el dinero que su padre.

Esta estilización que sitúa en otra esfera a estos personajes es una de las claves del género, junto a la visión irónica que tiene el protagonista de todos ellos.
Antonio Hernández ha asimilado a la perfección todas las reglas que hacen del género 39 escalones un modelo con más influencia en el cine occidental de la que pudiera imaginarse, y así ha hecho una película que funciona. Tiene un ritmo que cautiva, con sus picos imbuidos de angustia y tensión, y sus valles en los que el espectador reflexiona sobre la situación al mismo tiempo que lo hace el protagonista, un tiempo construido con una puesta en escena y montaje sencillos e inteligentes.

Pero Lisboa no es un remedo sin originalidad de Con la muerte en los talones. Antonio Hernández ha hecho una película más pesimista, sin la ingenuidad y confianza ciega de la cultura americana tan propicia para la creación de mitos sin mácula. En Lisboa no hay final feliz sobre el monte Rushmore con la mirada asombrada de los presidentes. Aquí Carmen Maura no es una mujer sofisticada y seductora sino una mujer madura sin futuro; y Sergi López no es un galán divorciado y mujeriego.

Esto hace que Lisboa sea una película más sombría y sin el entusiasmo y la reverencia al espectador necesarias para que se hubiese convertido en el éxito en que los americanos, esos ingenuos conquistadores, saben convertir las historias.