viernes, 4 de febrero de 2000

Asfalto (2000, Daniel Calparsoro)

Publicado en Cine para leer. Enero-Junio 2000, Ed. Mensajero, Bilbao.


Asfalto es la cuarta y mejor película del donostiarra Daniel Calparsoro. Tras las truculentas experiencias de Salto al vacío (1995), Pasajes (1996) y A ciegas (1997), Calparsoro rueda otra historia de personajes en busca de libertad, que se enfrentan a las admoniciones del pasado con una violencia excesiva y acostumbrada. Vuelve a trabajar con su actriz y alma gemela Najwa Nimri, y repite con otro de sus incondicionales intérpretes, el extraordinario actor Alfredo Villa.



Con Asfalto Daniel Calparsoro sale por primera vez del País Vasco para rodar en Madrid las dudas y miserias humanas de Lucía (Najwa Nimri). Lucía es el personaje central de Asfalto, participante en todos los conflictos y desarreglos de ánimo que experimentan los personajes, bien por el vínculo emocional que les une a ella, bien por la ruptura de otras relaciones que su existencia provoca. Este es el caso de Antonio (Alfredo Villa) y Chino (Gustavo Salmerón), novio de Lucía.

Antonio quiere mantener la “familia” que ha construido con su hermano; desea que ingrese en el Cuerpo de Policía como él y que abandone a Lucía para seguir cumpliendo con la deuda que ha contraído con él por todos los sacrificios que ha hecho por ser el padre, educador y hermano que ha renunciado. Chino, por su parte, duda entre la seguridad que le proporciona su hermano, y su amor indómito a Lucía. Antonio será el principal instigador de la caída de Lucía. Y además del destino que le tiene preparado, Lucía tiene que aguantar a una madre (Antonia San Juan) y los camellos para los que trabaja... Sólo su amor por Chino y Charli (Juan Diego Botto) logran salvarla.


Lucía, Lucía, siempre Lucía. Como un iceberg sumergido que se eleva por encima del pegajoso asfalto de Madrid, Lucía lucha por su libertad y contra la desesperanza, agarrándose con un amor salvaje a los dos hombres que integran su vida, Chino y Charli. Ella, como Chino, también tiene que eludir la carga de la familia: su madre también ha construido su vida, como Antonio, el hermano de Chino, en torno a la única persona que le hace olvidar de un modo ominoso su soledad. Contra la soledad de su madre, y contra la vida que se ha construido con ella -ambas adulteran y distribuyen la cocaína que les proporcionan los camellos- se eleva Lucía, quien busca desesperadamente el amor de sus dos hombres. Aquí existe un pequeño desequilibrio entre los personajes de Chino y Charli, porque mientras Chino tiene la realidad de su hermano, Charli no tiene nada que le ate ni le condicione y está en mejores condiciones para amar libremente a Lucía.


Todos los personajes de Asfalto son sutiles, complejos, y existen conexiones entre todos como si formaran parte de un solo mundo. Este es el principal valor de la película: parece que Calparsoro tiene las ideas muy claras sobre el origen de los conflictos humanos, y que sitúa en los márgenes de libertad de cada individuo que se acaban donde empiezan los del prójimo. Sin embargo, Calparsoro siempre tiende a llevar al extremo de la violencia física todos los conflictos de sus personajes, y la confina a un sentimiento de normalidad que hace que los momentos más dramáticos de la película pierdan intensidad.


La secuencia de la floristería en que Chino rompe con un bate de béisbol todo lo que encuentra tiene una violencia estremecedora, pero pierde su capacidad de transmitir el rencor y el odio que siente, porque durante todo el metraje Chino muestra una constante actitud de hostilidad y recelo hacia su entorno que lo convierte en algo normal. El otro problema que supone esta exacerbación es un proceso de mitificación de los personajes, que los arranca del paisaje tan cercano del Madrid que aparece en la película, y los hace un poco irreales. Creo que daña seriamente a la película toda esta violencia que ya forma parte de la iconoclastia del cine de Calparsoro.


A pesar de ella, Asfalto es una buena película con algunos aspectos sobresalientes. Uno de ellos es Madrid, el cuarto protagonista. Madrid es un factor decisivo en la vida del trío de amantes, y todas las localizaciones están elegidas con ese fin protagonista: la plaza de Callao donde culmina la acción de la película, la calle Luna, el metro de Antón Martín, y la maravillosa secuencia del apartamento del francés desde la que se ven el edificio de Correos y el del Círculo de Bellas Artes, son algunos trozos del Madrid que aparece. Creo que el resultado no hubiese sido igual sin esa fidelidad reverencial al paisaje (hay pasajes rodados incluso en la cafetería Nebraska de la Gran Vía, y el final de la película está rodado en los pinares de Valsaín).
Los interiores están igualmente muy cuidados y toda la depauperación que se observa es muy real, con la dignidad de quienes la habitan.

A todo ello se añade la perfecta fotografía de José María Civit que ha sido fiel a la “irreal” ausencia de luz blanca en interiores y de la que todos los directores de fotografía de este país se empeñan en abjurar.
La música de Nacho Mastreta es otro sorprendente aspecto a reseñar ya que, aparte de su altísima calidad, está utilizada con mucha inteligencia, y al igual que el paisaje termina formando parte de Lucía, Chino y Charli, las tres conciencias presas en el asfalto de Madrid, la música también es un pedacito de ellos ¿O es que existe una imagen más reveladora que la de Lucía, seductora y cálida, bailando con Chino?

Sólo por verla a ella...